Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 80 – Otoño 2025
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 

Malala

 

La mañana del examen pasó y yo estaba bastante segura de que me había salido bien. Moniba propuso entonces que esperásemos al segundo viaje, como hacíamos tantas veces, para quedarnos a charlar antes de volver a casa.

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Dentro del dyma (autobús) hacía un calor pegajoso mientras avanzábamos a trompicones por las calles atestadas de tráfico de Mingora en hora punta y una de las chicas se puso a cantar. El aire traía el familiar olor a diésel, pan y kebab, mezclado con el hedor del río al que la gente arrojaba la basura. Como siempre, giramos a la derecha de la carretera principal en el puesto de control del ejército y pasamos por delante de un cartel en el que ponía: «Terroristas buscados».

Justo cuando pasamos la fábrica de dulces, la carretera se quedó extrañamente tranquila y el autobús frenó. No recuerdo al joven que nos detuvo y preguntó al conductor si aquél era el autobús del Colegio Khushal. No recuerdo al otro joven que se sujetó a la rampa de la parte trasera, donde todas íbamos sentadas. Nunca le oí preguntar. Y no oí el bang, bang, bang de los tres disparos.

Lo último que recuerdo es que pensé en mi examen del día siguiente. Después todo se volvió negro.

 

 


9 de octubre de 2012

El grupo terrorista Movimiento de los Talibanes Paquistaníes ejecutó a una niña de quince años en el autobús escolar que la conducía de vuelta a casa junto a su amiga Moniba y otras compañeras; dos de ellas resultaron también heridas.

Malala Yousafzai no había muerto, los terroristas no habían conseguido su objetivo, pero estaba muy grave. Tres tiros en el lado izquierdo de la cabeza.


¿Quién es Malala?

¿Por qué una niña era un objetivo para los terroristas talibanes?

En primer lugar, es una mujer, luchadora desde bien pequeña, inteligente y muy buena estudiante.

Malala nació el 12 de julio de 1997 en Mingora, una ciudad paquistaní rodeada de montañas en el valle de Swat. Es la mayor de tres hermanos de una familia musulmana. Su padre, Ziauddin Yousafzai, un hombre pacífico y firme defensor de la educación y el conocimiento para todos los niños y niñas, director y fundador del Colegio Khushal para niñas, que ofrecía a las jóvenes educación en inglés, urdu (lengua paquistaní), química y biología; Malala se formó en él hasta el atentado. Su madre, Toorpekai, una mujer discreta pero muy importante para su familia. Aunque no recibió educación en Paquistán, es una madre coraje que ha cuidado de su familia con una entrega total y ha sabido adaptarse a situaciones muy difíciles, sobre todo después del atentado de Malala, y ayudar a sus hijos a hacerlo, llegando a aprender inglés, asistiendo a clases, para incorporarse plenamente a su nuevo país de acogida, Reino Unido.

En el año 2007, los talibanes toman el control del valle de Swat y empieza el calvario para Malala, su familia, sus compañeras del colegio y familias de la zona:

«La escuela es mala». «La escuela de niñas es una blasfemia; hay que cerrarla». «Las niñas no deben ir a la escuela».

Es el primer aviso. Después vendrían más prohibiciones y amenazas, con el miedo como arma, para obligar a que las niñas dejasen de ir al colegio, para que no escuchasen música, para que no viesen películas.

Malala sigue yendo a la escuela, es feliz aprendiendo. Su colegio sigue funcionando; su director se niega a abandonar lo que sabe que es la libertad y el futuro para sus hijos y para todas las niñas que asisten al centro: la educación.

Pero... poco a poco empiezan a faltar niñas a las clases; más adelante, profesores que tienen miedo, incluso alguno que se apunta a la causa talibán.

Ziauddin Yousafzai es amenazado, pero no ceja en su proyecto y el colegio sigue abierto.

«¡Dejad de bailar!». Y a continuación, la amenaza: «Si no, Dios enviará otro terremoto para castigarnos a todos». El año anterior había habido un terremoto terrible que causó muchas víctimas.

El «mulá de la radio» comenzó a emitir este tipo de mensajes a través de una emisora clandestina que se oía en muchos ambientes donde la incultura y el desconocimiento eran un buen sustrato para plantar la semilla del miedo y abonarla para que creciese y se extendiera. Quizás él mismo Fazlullah, el «mulá de la Radio», era otra víctima más convertida al fanatismo y a los intereses de otras mentes más formadas y peligrosamente fanatizadas. El padre de Malala descubrió algo sobre él: «¡Ese mulá no ha logrado terminar la educación secundaria! ¡Ni siquiera tiene acreditación religiosa! Ese presunto mulá está sembrando la ignorancia».

Y los mensajes seguían: «La música está prohibida por el Islam». «Esta emisora es la única permitida». «Los hombres deberían dejarse crecer la barba y el pelo». «Las mujeres deben permanecer en casa en aposentos donde se oculten o se aíslen del exterior». Sólo podían salir en las emergencias, acompañadas de un varón y, por supuesto, cubiertas de pies a cabeza con un burka...

Fazlullah va con cuidado, pero durante los dos años que siguen al terremoto, los talibanes se acercan, siguen a Ossama bin Laden, entonces los mensajes empiezan a ser más agresivos terminando por señalar, con nombres y apellidos, a hombres que habían hablado en contra de él, también a quienes creía que mantenían conversaciones privadas para confabularse contra él... Al final, según el «mulá de la radio» y sus seguidores, todos eran pecadores... excepto ellos, por supuesto, porque estaban en posesión de la verdad.

Y las amenazas se extendían: la sanidad era mala, había que negarse a la vacuna contra la poliomielitis; los colegios eran contrarios al Corán; amenazaban a los barberos que cortaban el pelo a los hombres al estilo occidental...

Cuando las autoridades paquistaníes reaccionan, la policía intenta detener al falso mulá y en mayo de 2007 firman un acuerdo de paz que dura hasta julio. En ese acuerdo se comprometía a dejar la campaña contra la educación de las niñas y la vacunación contra la poliomielitis, y dejarían de atacar instalaciones gubernamentales; a cambio, el gobierno le permitía seguir con sus emisiones. El acuerdo duró dos meses.

En julio de 2007, Malala cumple diez años.

Fazlullah y sus seguidores, cada vez más numerosos, empiezan a colgar carteles en los que prohíben el paso a las mujeres a distintos lugares, entre ellos el mercado público, elogian a través de la radio a las chicas que dejan la escuela y condenan al infierno a las que no lo hacen, empiezan las flagelaciones públicas, los asesinatos y ejecuciones públicas en las que muestran la crueldad más extrema, llegando a prohibir que sean retirados los cadáveres bajo pena de muerte para que sirvan de escarmiento y seguir extendiendo el terror.

En medio de tanta barbarie, Malala y su familia empiezan a recibir amenazas.

«¿Qué he hecho mal? Yo sólo quiero ir a la escuela. Eso no es un crimen. Es mi derecho».

En octubre de 2007, Benazir Bhutto, primera ministra de Paquistán, es asesinada dos meses después de tomar posesión de su cargo tras ganar las elecciones. Con este asesinato se acabaron las esperanzas de las mujeres y los hombres que habían visto en ella una luz para su país.

Y con diez años, Malala decide seguir la lucha. Ya había dado entrevistas para dos canales de televisión y seguiría adelante igual que su padre.

¿Una niña de diez años? Es pequeña para todo eso. Sí, si pensamos en nuestros niños occidentales, sobreprotegidos en muchas ocasiones, a los que vemos inmaduros e indefensos; en nuestras sociedades lo son la mayoría. Quizás tenga que ser así por un tiempo porque son niños y tienen derecho a su infancia.

¿Cómo una criatura de esa edad tiene la personalidad y la fuerza para tomar esa decisión? Es que hablamos de una niña que ha visto y vivido insultos, ha visto azotar públicamente a sus vecinos, asesinatos... Que ha vivido el miedo sin comprender por qué, que ha visto a su padre enfrentarse a los talibanes y tener que cambiar su ruta de vuelta a casa todos los días porque era objetivo... Que ha visto a su madre preocupada y asustada por sus hijos y su marido, pero los ha apoyado. En esa situación y con esas terribles experiencias ya no es una niña, y la decisión que toma es la de una luchadora.

En 2008, los terroristas empiezan a atacar colegios, a cometer atentados, asesinatos, bombardeos..., pero Malala sigue hablando en canales de televisión, emisoras y periódicos locales y nacionales.

Los ataques de los terroristas se multiplican.

Un amigo de Ziauddin Yousafzai que trabaja en la BBC le pide que algún profesor o una alumna de las mayores escriba un diario de la vida con los talibanes para su emisión en urdu, pero nadie accede. Cuando le está explicando a su amigo la situación, Malala le dice que ella lo hará. Ni el padre ni la madre piensan que los terroristas hagan daño a una niña, a pesar de su crueldad, así que acceden.

Quería seguir asistiendo a su escuela y la BBC se escuchaba también fuera de Paquistán. Así, con un nombre falso, Gul Makai, para no ser identificada, el 3 de enero de 2009 publicó su primera entrega del diario. Siguieron otras más hasta el mes de abril, en que accidentalmente se descubrió su secreto.

Este artículo comienza por lo que desgraciadamente hubiese sido el final: el asesinato de Malala Yousafzai. A pesar de la gravedad de sus heridas, a pesar de la falta de medios en Paquistán para salvarle la vida, a pesar del dolor y del sufrimiento que tuvo que pasar...


No consiguieron terminar con ella.

Y esto no es el final.

Y no les cuento el final porque nuestra heroína sigue viva, aunque lejos de su país. Después del atentado tuvo que ser trasladada con toda urgencia al Reino Unido, cuyas autoridades se ofrecieron a acogerla junto a su familia y a tratarla de sus terribles heridas. Allí salvaron su vida. La recuperación fue difícil, dolorosa y lenta, pero lo consiguieron: ella, sus médicos y su familia. Todos lucharon junto a ella y por ella.

En 2011 recibe en Paquistán el National Youth Peace Prize (Premio Nacional por la Paz), que ahora lleva su nombre por su lucha en favor y defensa de la educación de las niñas en su país.

Un año después, los talibanes intentarían su ejecución.

En 2013 recibe el premio Sajarov del Parlamento Europeo. Ese año funda Malala Fund, que trabaja en varios países, entre ellos Afganistán, Brasil, Etiopía, Tanzania, Nigeria y Paquistán. Esta fundación trabaja para garantizar el acceso a la educación en zonas de conflicto. Financia la construcción de escuelas y la capacitación de maestros, y proporciona recursos educativos a niñas marginales.

En 2014, dos años después del atentado, con diecisiete años, recibe el premio Nobel de la Paz, compartido con el indio Kailash Satyarthi. Ambos son reconocidos por su lucha contra la opresión de los niños y los jóvenes y por el derecho a la educación.

En 2020 se graduó con honores en Filosofía, Política y Economía en la Universidad de Oxford. El 9 de noviembre de 2021, a los 24 años, se casó con Asser Malik.

Malala sigue viajando por el mundo liderando proyectos, cuidando de las fundaciones. Todo con el fin de contribuir a un mundo más justo y equitativo.

Éste no es el final de la historia de Malala Yousafzai. Es una parte de la vida de una niña que vivía su infancia como todos los niños y niñas en su país, con sus juegos, sus estudios, su colegio, sus amigas, su familia, cuando todo se ve truncado por la fuerza, por la violencia y la crueldad de unos señores de la guerra que utilizan la ignorancia para fomentar el miedo e imponer el modo de vida y las creencias que a ellos les convienen, y para ello no dudan en matar, humillar, vejar y anular a las mujeres y a los hombres que no se pliegan a su voluntad.

Pero también contra la barbarie está la lucha, la férrea voluntad de una niña y de una familia que se enfrentan a ella, aunque les pueda costar la vida.

Sirvan estas palabras para recordar y honrar a todas las heroínas que como Malala se enfrentaron y se enfrentan a la ignorancia, a la imposición por la fuerza de las ideas, a la injusticia, a ser silenciadas, a desaparecer debajo de un burka, a no poder recibir educación por el hecho de ser mujer, a esconderse, a ser condenadas a muerte por ayudar a quienes lo necesitaban a pesar de estar prohibido, a ser encarceladas por pedir libertad, a no poder existir. Sirvan también para recordar a los hombres que lucharon junto a ellas y perdieron la vida, a los que fueron encarcelados por pedir libertad, por luchar contra la violencia, la injusticia y la crueldad de otros hombres que en su soberbia se creen en posesión de la verdad y no dudan en matar y torturar para imponer su verdad, no la verdad.

«¿Tu verdad? No, la verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela» (Antonio Machado)

Por todas ellas yo no me callo. ¿Y tú?

 

La cita con la que comienzo el artículo corresponde al libro Malala. Mi historia. Contada directamente por ella y escrita por la escritora Patricia McCormick. Alianza editorial (2014).

Torrevieja, a 3 de agosto de 2025. María José González Vicedo, maestra de enseñanza primaria.