Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
79 – Verano 2025
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Infausto suceso
Como decíamos ayer, ayer decíamos
«infausto suceso» para referirnos a alguna tragedia. Y la tragedia que nos trae
el semanario orcelitano El Segura, en edición del doce de febrero de
1878, es la muerte del papa Pío IX. Había
fallecido el siete de febrero.
«No era un hombre, era un padre;
no era un padre, era un ángel; hoy sin duda es un santo», afirma el editorial. El
número se edita como suplemento. Y de las cuatro hojas de las que consta el
semanario, sólo ocupa impresas una y media. Lo demás, en blanco. Justificándolo
así: «Luto en el templo, luto en el alma; nosotros no podemos, no queremos
ocuparnos hoy de otros asuntos, y seguros estamos de que nuestros lectores no
han de extrañar que hoy dejemos en blanco lo que resta de nuestro humilde
periódico». Y en blanco se quedaron dos hojas y media.
Así llora El Segura,
publicando el artículo editorial que citamos —artículo panegírico y que valdría
para cualquier pontífice— y unos versos elegíacos en la segunda página. Interesa
al periódico, en el editorial, dejar clara la devoción católica de España. Y
por supuesto la de Orihuela: «España entera, siempre católica y piadosa, siente
como nosotros sentimos, que en sus sentimientos se inspiraron los nuestros».
Y... Y habiendo dispuesto «nuestro celosísimo
Prelado» en Orihuela «grandiosas exequias»... «La Iglesia viste de luto y el
pueblo oriolano, como siempre religioso, acude en masa al santo templo a rogar
por su beatísimo Padre».
A Pío Nono, Sumo Pontífice desde
el dieciséis de junio de 1846, le tocó vivir el desarrollo y consolidación del
liberalismo, el auge del movimiento obrero y el proceso de unificación italiana.
Este último supuso una importante pérdida territorial para la Iglesia con la
integración de los Estados Pontificios en el nuevo reino. De hecho, Pío IX no reconoció
el nuevo reino de Italia. Y excomulgó a Víctor
Manuel II. No obstante, a principios de 1878, sabiendo de la gravedad del rey,
el papa lo absolvió de todas las excomuniones y penas eclesiásticas que había
recibido. Prácticamente un mes se llevaron, rey y papa, para la muerte. Víctor
Manuel II de Saboya murió el nueve de enero.
Si el pontificado de Pío IX se
recuerda por la condenatoria Syllabus errorum, apéndice de la encíclica Quanta
qura (1864), y el Concilio Vaticano I (1869-1870) donde se constituyó
posible la conciliación de fe y razón (Dei Filius) y la infalibilidad
del papa (Pastor Aeternus), dicho pontificado no está exento de
preocupaciones sociales, sentando las bases de la doctrina social de la Iglesia
que se materializarán en la Rerum Novarum de León XIII, sucesor de Pío IX.
Volviendo a lo publicado en El
Segura, al artículo editorial siguen dos poemas a modo de endecha. El
primero se desarrolla haciendo varias preguntas: «¿Por qué hienden el viento /
fatídicas campanas/ (...) ¿Qué fiero mal consterna / y abre en la humanidad
profunda herida? / ¿Por qué triste, abatida, / hoy aparece la Ciudad Eterna?». Y
así varias interrogantes dolidas que encuentran su respuesta en los dos últimos
versos endecasílabos: «Dios que ha llevado ante el celeste trono / al Santo
Padre, al inmortal Pío Nono».
En el segundo poema, todo en
endecasílabos, el poeta llora la muerte del papa. Arranca solicitando
inspiración «para cantar las venerandas glorias / del preclaro varón que está
en el cielo». Y que el cielo sepa de su aflicción. Luego se dirige al papa, ya
en el cielo, pidiéndole que no olvide a sus hijos desamparados con su muerte.
Desamparados «(...) como débil barca / que rudo azota desatado el viento; /
(...) como flor nacida / en la candente arena del desierto». Y pidiéndole
también, tras elogiar algunas cualidades —«venerado guía, / pastor querido,
cariñoso y bueno; / (...) / padre amoroso, venerado y bueno»— que ruegue a Dios
por ellos.
«Venerandas glorias». Como decíamos ayer.
Lección
Como decíamos ayer... Decíamos en
ocasiones en verso. Así Carmelo Gómez
García en El Segura, en la edición del ocho de febrero de 1878.
Pregunta respuesta, el autor nos trae en un poema la escena de un padre aleccionando
a su hijo. Y le responde con octosílabos. Con versos de arte menor con rima consonante
abba. Con redondillas. Y dice: «—¿Qué es ambición? —preguntaba / un niño
a su padre amado, / al atravesar un prado / cuya belleza encantaba. // Y el
padre con gran mesura / al tierno niño contesta: / —Tiende la vista por esta /
fertilísima llanura».
De esta manera, observando la
fértil llanura, el padre descubre al hijo la respuesta. La ambición es como
ave, como fuente y como flor. Así habla el padre: «¿Ves aquella ave ligera /
que volando y revolando / parece ir escudriñando / lo que pasa en la otra
esfera? // ¿Ves esa plácida fuente / que corre con rapidez / por convertirse
tal vez / en devastador torrente? // ¿Ves esa flor placentera / que bordada de
rocío / quiere tener poderío / sobre toda la pradera?». Y advertidos los
elementos, concluye el progenitor: «Pues, hijo, flor, ave y fuente / al querer
ser más que son / te dicen qué es ambición / con voz muda y elocuente».
He ahí la ambición: «al querer
ser más que son». Deseo ardiente, deseo con vehemencia, anhelo impetuoso, dicen
los diccionarios de «ambición». Y la naturaleza, el paisaje —«con voz muda y
elocuente»—, se nos ofrecen como pizarra para comprender la vida. —La
respuesta, amigo, está flotando en el viento —cantará Bod Dylan en los sesenta. Muchos siglos antes, Séneca encuentra en la naturaleza, como tantos estoicos, el fundamento
de su peculiar panteísmo. En una de las «Cartas a Lucilio», escritas por Séneca
durante los tres últimos años de su vida, advierte: «Si en tu camino hallas un bosque poblado de
árboles ancianos, de copas que se alzan al infinito, cuyo denso ramaje oculta
el cielo a tu vista, la viveza de esa arboleda, el misterio del lugar, el
deleite de esa sombra espesa y continuada en pleno día dan fe de la existencia
de un poder divino». He aquí otra lección del paisaje. Y en este caso,
trascendente. Si en Gómez García los elementos de la llanura son los que
ilustran la respuesta al hijo, en Séneca la frondosidad de un viejo bosque nos
catapulta hacia lo metafísico. Naturaleza y paisajes son pizarras. Naturaleza
escuela, magisterio.
Carmelo Gómez García aparece
entre los colaboradores que se enumeran en la cabecera del semanario orcelitano
El Segura. Además de poemas y artículos publicará en el hebdomadario,
por entregas, la novela El carnaval de la vida. Aníbal Bueno Esquer, en Personajes en la historia de Orihuela,
cataloga a Gómez como «poeta y autor dramático» y... oriolano nacido en 1845.
Docente. Licenciado en Derecho. Profesor de piano. Empleado del Archivo Real.
Profesor en la Academia de Cadetes. Secretario particular de Eleuterio Maissonave. Periodista.
Letrista de zarzuelas para el maestro Rogel.
Fiscal sin poder tomar posesión al morir a los treinta y seis años de edad.
Murió de pulmonía fulminante. Su novela El carnaval de la vida aparece catalogada
como novela de costumbres.
De costumbres. Como decíamos ayer.
Estudiantina
Como decíamos ayer... Ayer, antes
que Servicios Sociales decíamos beneficencia. Y precisamente «con el objeto de
allegar recursos a los establecimientos de beneficencia», el domingo
veinticuatro de febrero de 1878, una estudiantina —«magnífica estudiantina»,
dice el periódico— recorrería las calles de Orihuela. Lo anuncia con orgullo el
semanario orcelitano El Segura en la edición de ese mismo día valorando
la iniciativa, pues: «Una juventud que se inspira en los más altos sentimientos
de caridad es digna de los mayores elogios».
En la misma sección de sueltos,
que se presentan en el semanario bajo el título de «VARIEDADES», se reta a los
paisanos notificando que el domingo anterior, en Murcia, una estudiantina
recogió en dos horas 75 duros; esto es, trescientas setenta y cinco pesetas. De
las de entonces, como suele decirse en estos casos. Esto es, 2’25 euros. Reta a
los paisanos vaticinando con optimismo que en el próximo número del semanario «hemos
de asombrar a VV. con una exorbitante cifra».
Y la «exorbitante cifra» esperada
fue la de «80 duros y 17 reales». Esto es, unas 404 pesetas. De las de
entonces. 2’43 euros ahora. Y fue «en menos de dos horas», precisa El Segura
en la edición del viernes uno de marzo de 1878 para contrastar con la capital
murciana, anotando y redundando en el pique lo siguiente: «Esperamos de Murcia
nuevas... noticias».
Con cuatrocientas cuatro pesetas
se podían comprar en Orihuela, en 1878, cuatro mil cuarenta ejemplares del
semanario El Segura. O treinta y seis arrobas de aceite. O ciento noventa
cántaros de vino. O unos nueve quintales de cáñamo limpio. O unas setenta y tres
arrobas de harina del país. O setenta y cinco barchillas de trigo. O ciento
sesenta y dos de cebada. O setenta y nueve de maíz. O unas cincuenta y cuatro de
garbanzos, más o menos según clase. José Guillén García, en El habla de
Orihuela, dice que el quintal es «equivalente a 4 arrobas (46 kg.)». Por lo
que una arroba de éstas en Orihuela equivaldría a 11’5 kilos, como la arroba
castellana. Sin embargo, cuando Guillén nos habla de la arroba de cáscara o de
limones y naranjas, indica que ésta equivale a 12’5 kg. Denominándola en el
vocabulario general «arroba gorda». De igual peso que la arroba aragonesa. Respecto
a la barchilla, el catedrático nos precisa que utilizada para áridos equivalía a
20’77 litros.
Que las necesidades y cuestiones
sociales preocupaban al semanario queda manifiesto desde los primeros ejemplares.
En el número 3, editado el dieciséis de enero de 1878, Justo Lafuente Esquer, director
de El Segura, dedica un artículo al hospital de Orihuela denunciando el
lamentable estado del establecimiento. «Y dicho sea de paso —escribe—, nos
maravilla considerar que esto suceda en un pueblo inspirado en el más alto sentimiento
de caridad». En el mismo artículo, Lafuente denuncia el quietismo y, entre
divagaciones y divagaciones —que huelen a mucha literatura de relleno—, nos
ofrece del hospital el cuadro de un edificio ruinoso con peligro para las
Hermanas de la Caridad. Y sucio, imperfecto, desarreglado y también en ruina,
donde «las operaciones anatomo-patológicas». Sin material quirúrgico y con
salas de enfermería antihigiénicas. Y sin recursos. Por todo ello, concluyendo
el escrito, apela contra el quietismo a los filantrópicos sentimientos del
Ayuntamiento y particulares de Orihuela.
El semanario igualmente había
valorado las solidaridades cuando los fastos locales con motivo de la boda de
Alfonso XII. Celebraciones que fueron acompañadas de varios actos de beneficencia
para beneficio del hospital y asilo. Y de repartos de pan, arroz y limosnas a
los pobres. Todo ello los días veinticuatro, veinticinco y veintiséis de enero
de 1878.
Días de celebración. Pero también de beneficencia. Como decíamos ayer.