Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 44 – Otoño 2016
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja



Cantaba Gigliola Cinquetti en el Festival de Eurovisión de 1964. Ella decía: «Para amarte». No sé si en aquel entonces yo no tenía edad para amar, porque lo cierto es que estaba enamorada de todos los chicos que pasaban a mi alrededor, a todos los encontraba guapos e interesantes. Pero lo que sí tenía muy claro, precisamente por mi edad, eran las preferencias de paso: primero, dejaba a las personas mayores; luego, las embarazadas y los niños; y, por último, pasaba yo.

Muchos años han transcurrido desde entonces y me abruma el cambio que ha sufrido la socie-dad. Ahora digo: «Ya no tengo edad» para ceder el paso. Soy mayor. Ahora me toca a mí. El problema es que con eso de las igualdades de las narices, me llevan a empujones, como si fuera un mueble que ocupa el espacio deseado. Y no lo acepto.

Además, tengo otra mala costumbre: soy fumadora. Es decir, pecadora empedernida, que contamina el medio ambiente. Y, cuando no tengo tabaco en casa, bajo al bar de la esquina a por mi dosis; lo que hice ayer.

Cuando me dirigía a la máquina expedidora para sacar mi codiciado manjar, el macarra de turno se echó a correr para sacarme la delantera. Y, por supuesto, con los movimientos rápidos de su edad, me ganó la «preferencia de paso». No contento con eso, me miró desafiante, como si hubiera ganado una prueba olímpica y, lentamente, introdujo las monedas en la máquina. Yo le volví la espalda, para no contemplar sus exquisitos modales. Con el sonido de su movimiento, comprendí que había aca-bado y me giré, pensando que era ya mi turno; pero su amigote, tan macarra como él, me lo discutió: «¡Eh, que te me has adelantado!», me gritó para intimidarme y conseguir así el primer puesto en la olimpiada tabacalera. «No —le repliqué—, el que se ha adelantado ha sido tu amigo. ¡Vergüenza os debería dar, el no respetar el turno de las personas mayores! ¡Hasta dónde hemos llegado!». Él se quedó parado, atónito. No esperaba mi reacción, acostumbrado a ir de chuleta por la vida, intimidan-do a todo aquel que consideraba más débil. Yo aproveché su desconcierto y me dirigí al espacio de-seado, tomando la preferencia de paso.

En la mesa de al lado había un matrimonio un poco más joven que yo. Ella observaba la escena muerta de risa, viendo cómo una viejecita como yo ponía firmes a los intimidadores, sin miedo a que le sacaran el consabido cuchillo. El marido miraba hacia abajo, desentendiéndose; aquello no iba con él y no se iba a meter en un lío por defender a una ancianita. «Tiene miedo», pensé, y me dije a mí misma: «¡Miedo a tener miedo!».

Hoy me han clavado el cuchillo y todo el mundo ha mirado para otro lado.