Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 39 – Verano 2015
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja


“¡Joder, la hemos cagao!”, oí decir al cirujano, manos ensangrentadas. Mientras, vi cómo se desprendían de mi cuerpo yacente pequeñas partículas centelleantes, que se entrelazaron cubriéndolo de una ligera capa. Cuando mi cuerpo quedó totalmente cubierto, la fina capa que formó mi imagen se fue elevando, poco a poco. Sin resistencia, traspasó el techo de la sala de operaciones. Al salir del edificio, divisé una luz en la lejanía, muy limpia. Me dirigí hacia ella. Cada vez era más clara e intensa. Me atraía como un imán, deseaba fundirme en ella. Sentí una paz inmensa. Y, en aquel momento, vi pasar mi vida, como si fuera una película. Reconocí detalles y acontecimientos, alguno de ellos totalmente olvidado. Percibí mi muerte. Pero no me asusté; al contrario, la paz que sentía me hacía acercarme más a la luz. Pensé en mi hijo: “No puedo dejarle todavía, me necesita”. Sin embargo, dudé un instante; me preguntaba si en otra muerte podría alcanzar tanta paz. Y en ese momento, en el que estaba entre la vida y la muerte, vi emerger a mi padre de la luz, estaba resplandeciente. Me habló mentalmente: “¿Qué haces aquí? No deberías de estar, todavía no es tu momento. Vuelve a la vida, tu hijo te necesita” “Lo sé ---le contesté---, pero, al verte, quería saber cómo te encontrabas ¡Te echo tanto de menos!”. Mi padre me sonrió con la vehemencia acostumbrada y me dijo: “Estoy bien, en paz, feliz. Pero tú no debes quedarte más tiempo; si lo haces, no podrás volver y dejarás a tu hijo solo. Vuelve, no tardes más”. Asentí y, poco a poco, me fui alejando de él, que fue absorbido por la luz, hasta desaparecer en la lejanía.

Desperté rodeada del cuerpo médico. Me sujetaban con fuerza para que no cayera de la cama. Mi cuerpo estaba en órbita centrífuga y mi mente, totalmente despejada. La enfermera suspiró aliviada: “Pensábamos que habías tenido una parada cardiaca”.

No sé si efectivamente tuve una parada cardiaca y los impulsos eléctricos alteraron las señales químicas o fue al revés y la química originó los impulsos eléctricos con una mala conexión neuronal. Por otra parte, no podía preguntar qué me había sucedido. El simple hecho de hablar de ello me hacía sentir un extraño pudor; además, ¿quién iba a entenderme? Guardé silencio durante mucho tiempo, pero no sin indagar constantemente si tal o cual amigo podría comprenderme… Finalmente, di con ese amigo incondicional, erudito y discreto y que no tenía el hábito de juzgar a los demás (como, desgraciadamente, ocurre con demasiada frecuencia). Cuando acabé mi relato, añadí: “No ha sido un sueño, ha sido una vivencia”. Él me respondió: “Lo sé, has tenido un viaje astral”. “¡¿Un viaje astral?!” ---exclamé---. “Sí, es una experiencia más allá de la muerte. La imagen se eleva, traspasa todo lo material, se dirige a una luz y se encuentra con un familiar difunto, con el que habla sin palabras. Se visualiza lo vivido (“de película”, como dices tú). Se siente una paz indescriptible y, finalmente, la persona que realiza el viaje astral se da cuenta, y también se lo indican sus apariciones, de que debe volver a la vida”.

Al día siguiente, me habló de varios casos. El que más me impresionó fue el caso de Karin Fischer, por la fotografía del profesor Peter Valentín, tomada durante su operación (es frecuente que se fotografíen o se filmen las intervenciones, para la divulgación científica y para las clases en la facultad de Medicina). La foto mostraba una forma humana difusa y transparente, que salía del cuerpo de la fallecida y se elevaba hacia el techo con los brazos abiertos. Yo no sé si la foto refleja el alma humana (el Vaticano la está analizando); de lo que sí estoy convencida es de que existe vida después de la muerte.