Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 32 - Otoño 2013
Asociación Cultural Ars Creatio - Torrevieja

 
Un sillón de espaldas al amplio ventanal Manuel Pérez Garcí­a


La primera vez que me acerqué al ventanal sentí náuseas. Mi pareja es dueña de un ático en un moderno edificio junto a la Casa de Campo. Allí solía visitarla cada tarde pese a la innegable evidencia de que la ciudad es más bonita andando el bullicio de la calle en que nos tropezamos, advirtiendo el dulceagrio de los sabores y jugando a predecir sus ingredientes. Era domingo y pese a que los domingos suelo sentarme con el periódico en el parque, antes del vermut y después de la siesta, ese día, atrapado por la inexplicable sensación de encontrarte, cambié por completo mis hábitos.

Vuelves al sillón a la misma hora en que el sol se va a casa. Nunca antes habíais estado tan cerca, tan juntos. Sólo adivino ese aprensivo círculo de invierno ocupando la habitación. Sólo a ese sol consigues oír.

Y así, sin apenas pensarlo, todo se transformó cuando abrumado por tus besos te confesé que era capaz de volar. Soy un pájaro frustrado por no poder usar mis alas.

Ella insiste en que explique cada detalle de cada instante de vuelo imaginado después del vermut y antes de las caricias.

Jamás se podrá ver tanta ternura en unos ojos.

-Eres sólo un pájaro desaprovechado -dijo-. Puedes volar así como yo puedo conversar con el sol. Es mi secreto, nuestro secreto.

Te mira con deseo. No se burla de ti. Sus roces te excitan y transportan a las nubes.

-Amor, quiero verte volar. Será la más maravillosa prueba de amor. -Me abraza, me besa, nos amamos.


***


Esa noche, al intentar sintetizar los olores, lo dejas todo. Pasarás cada hora en el parque oculto entre páginas de anuncios breves. Llevas una vida ajena, lejos del bullicio, sin frituras, con árboles, sin coches, con un lago manso y el viento fresco en la cara.

Viento. Aire. Lo que necesito es aire. ¿Viento? No, no es necesario, con un poco de brisa basta. Busco puntos de referencia y trazo rectas precisas. Las mido con exactitud, preveo posibles desniveles, pero invariablemente la conclusión es una: la solución está en la fuerza de despegue. Seguro que en el alféizar del ventanal debo adoptar una posición horizontal y desde ella deslizarme con elegancia. Diseño piruetas. Trazo sendas que señalizo con globos rojos. Las de ascenso serán azules. Las de descenso, verdes.

Los coches se elevarán en primera hasta una altura previamente acordada, o no, mejor preparen los brazos, no dejen de mover manos y pies, así, coordinando los movimientos, la cabeza recta, desafiante. Sí, sí, y con un impulso supremo elevarse, elévese, ascienda hasta alcanzar la velocidad de despegue y después flotar. Flotar y mecer el sueño de nuestra vida. De mi vida.

Te regaló, además, una enciclopedia sobre pájaros. Fascículos publicados en el suplemento dominical de un periódico que tú no lees y juntos, cada noche, los estudian página a página, pájaro por pájaro.

Superada la prueba, llegará el momento mágico. Veremos a los niños volar en el atardecer, después del colegio. Míralos, que bonitos, cómo retozan. Sus padres, acodados al balcón, beben cerveza y un guardia desde el edificio más alto dirige la circulación.

Todo es amor al tiempo que no dejamos de acariciar la curva bosquejada por la noche en las alas de una paloma posada sobre nuestros ojos. Bebemos té y nos besamos. Tu lengua incita mi vuelo.

Tengo mucha disciplina. Aeróbic en la mañana, largas caminatas por la tarde, ejercicios de respiración cada noche. Poco a poco encuentro la forma ideal. Lo siento. La asientes. Junto a ti no existen náuseas. Puedes injertar antenas, corretear palomas o simplemente volar. Qué otra prueba de amor.


***


Con apatía, los músicos mueven sus instrumentos en el templete del Retiro. Ella acaricia tu mano. El director levanta los brazos en forma paralela, con gracia mueve la batuta y las primeras notas de Luisa Fernanda silencian a los pájaros.

Un escalofrío recorre tu cuerpo. Te indica que ese, precisamente ese, es el punto de flotación buscado. Rápida ella toma nota mientras yo, confundido entre la música y los espectadores, siembro niños voladores trotando entre las sillas y a un aburrido vendedor de globos contemplándolos. Me perdí para encontrarte.

Obscuro entre los árboles disfrutas. Acechas al público embelesado con la música. Palpitas al percibir los afanes de las notas, ellos no. Ella te busca. Tú corres. Ella corre. Te detienes. Alzas los brazos en forma paralela. Se detiene. Mueves levemente las manos y abrazados flotáis hasta la rama más alta asomada al amplio ventanal. El cielo por fin nos pertenece.


***


Los días parecen no pasar. Junio es el mes ideal. Llegamos a esa conclusión tras numerosas discusiones e impacientes lo esperamos frente a frente comiendo pasteles con té y profundizando en la enciclopedia de los pájaros.

Corriges cálculos, modificas detalles y te aproximas al instante perfecto. A ese segundo vital en que se transformarán las comunicaciones.

Tras el asco, la música y la danza ocupan tu cuerpo. Transitadas por coches y trenes, las venas mezclan sangre con agua y aceite. Energía capaz de generar el despegue y controlar el vuelo. Las señalizaciones desde globos distribuidos en puntos de cristal ya emiten destellos.

-Será mañana -sentencia ella con tono decidido.


***


Visitamos todas las tiendas de música. Diferentes versiones de Luisa Fernanda pasan por mis manos y sus oídos. Necesitamos definir, pero la duda transcurre tan larga como las horas en el sillón de espaldas al ventanal antes de las caricias y después de la enciclopedia de los pájaros. Horas divagadas con notas y las manos entrelazadas.

Un ensayo general y luego descansas. Vuelve la angustia. El trayecto entre el cristal y la cúpula de la Almudena es un desierto. Los globos de señalización son microscópicos puntos que no revelan nada. Necesito más música. Más aceite, más frituras, menos fundamentos, menos náuseas. Más tiempo para prepararlo todo. Debe ser perfecto. La autonomía de vuelo es muy poca. No tenemos ninguna hipótesis al respecto. No lo conversamos y solamente un par de horas te separa del salto, vaya pájaro. Lo mejor será postergar el momento, en estas condiciones no es posible despegar. No es miedo. Sí, es miedo. No estoy preparado. Algo falla. Algo falta y tú lo sabes.

Discuten. Por primera vez discuten.

-No me quieres -llora-, siempre encuentras una excusa para no volar. Si planeas tan sólo un metro, para mí será suficiente. No es necesario que llegues hasta la Almudena -insiste-, un metro, sólo un metro de vuelo para estar juntos el resto de nuestras vidas.

Harás fotografías que mostrarás orgullosa a tus amigas. Orgullosa de que mi novio vuela.

-Si no lo quieres hacer por mí -se desespera-, si ya no me amas, piensa en los niños jugando al escondite entre buhardillas, sus papás hablando en balcones a una calle libre de coches. Piensa en nosotros, amor, en la ropa colgada en las antenas mientras flotando desnudos nuestros cuerpos hacen el amor. Solos tú y yo en lo más alto del universo.

-No puede ser -intento convencerla-, necesito más puntos de referencia. Puntos de apoyo. Si voy demasiado lento, la música no alcanzará para mantenerme a flote. No nos apresuremos, debemos evaluar el tiempo. Es vital.

Se mantiene intransigente. Entre las náuseas y el enfado no puedes concentrarte. En estas condiciones no puedo volar. La vas a perder. Debes volar. Sólo eso te pido. Y llora. Llora. Quieres consolarla, pero se aleja. Mira ausente desde el ventanal.


***


Asomada al balcón hiere la noche con su mirada deseosa e indiferente a la vez. Te invade la nostalgia de los olores en calles atestadas de gente. El terror a ser pájaro se apodera de tu cuerpo. Levantas los brazos en forma paralela. Ella te observa con un disco en la mano.

Las primeras notas te elevan. Se genera la chispa en tu corazón. Encuentras la posición horizontal. Te besa en la frente. La cabeza recta, desafiante. Ata un globo rojo a tu cintura. Precaución. Mezcla de sangre con agua y aceite. Te quiero. Su voz es apenas un murmullo. Te quiero. Me dice te quiero.

Retrocede y cierra el ventanal. Busca el sillón. La ciudad no es aburrida si la transitamos por las calles atestadas. No se atreve a volver la cabeza. El domingo regresará a leer el periódico en el parque. Disfrazado de luna, el sol permanece mudo. Echa un vistazo la enciclopedia de los pájaros. Ni una palabra. Sólo un metro. Sobre la mesa hay un mechero. Vuela levemente un metro.


***


Luisa Fernanda y un joven con uniforme de coronel se asoman por una de las ventanas del palacio. El círculo permanece. Busca un cigarrillo; lo enciende y sin apagar el fuego lo acerca a la primera hoja de la enciclopedia. No habla. Ella no habló más. Siempre está conmigo.

Deja el sillón, corre al balcón pero no lo ve.

-Te quiero -grita al viento-. Te quiero -vuelve a gritar segura de que aún la oye-. Te quiero -y se niega a llorar-. No dejes de volar, amor mío, por favor, no dejes de volar.

Majestad, no soy digno de estar junto a usted, de compartir su gloria. A la sombra de una sombrilla, la reina, con una sonrisa, te ofrece la diestra del trono.

Ella vuelve a sentarse en el sillón de espaldas al amplio ventanal. Suspira, un corazón que perdona no es una carga que pesa.