Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 21 - Invierno 2011
Asociación Cultural Ars Creatio - Torrevieja

 
Cajas de zapatos Manuel Pérez Garcí­a


Siempre lo primero es lo más difícil, y mis primeros años en Torrevieja no fueron la excepción. Comenzar otra etapa de la vida en un lugar poco conocido y sin personas afectas tal vez hoy sería un cuestarriba quimérico, pero casi una década atrás, con los huesos decididos, era una tarea realizable. Por lo menos así lo entiendo después del tiempo transcurrido y las vicisitudes en una ciudad que, tras andar por muchas otras, hoy se me antoja definitiva.

Así los pasos van haciendo caminos, los caminos son refugio y con él la carne condescendiente. Las palabras enhebran nuevos amaneceres y crece la utopía de levantar otros propósitos. Inexorable todo transcurre, la reflexión se esconde en folios y se exterioriza poco en las venas. El papel deja de serlo y se cubre de lo que, las más de las veces, no nos es ya permitido hacer; pues el paso del tiempo coexiste con una ofensiva permanente, el leitmotiv de la razón para inquirir, para buscar, y las más de las veces no encontrar respuestas.

Sintetizando, hasta aquí llegué con la maleta cargada de ilusiones y temores y sobre todo repleta de un pasado en el que las albores y los sombras eran (y siguen siendo, en buena medida) un amasijo de experiencias, gozos y sinsabores. Un bagaje del que fue posible sustraer una nueva manera de afrontar los días. Procuré mirar al espejo de la ciudad y en la medida que iba atinando a su médula me fui identificando con su pulso.

Pero al final, el objetivo de esta nota no es recrearme en los posibles divagues que Torrevieja sumó a los ya existentes. No, todo lo contrario, se trata sencillamente de recordar una mañana de no sé qué mes, tres o cuatro años atrás, en que, yendo a la Biblioteca a entregar o recoger algún libro, reparé en un folleto mediante el cual una organización llamada Ars Creatio convocaba a participar en su certamen de cuento y poesía.

Por entonces, mis folios de desahogo, como es habitual, se acumulaban en cajas (la mayoría de ellas de zapatos); una vieja costumbre que, influenciado por mi madre, arrastro desde aquella infancia en la que desconocía tanto al inventor de las cajas decoradas como a su semejante de otros artilugios aptos para la subsistencia papelera.

La convocatoria así estuvo varios días en casa sobre la mesa, compartiendo aburrimiento junto a recibos de Telefónica, Iberdrola, alguna nómina de la empresa donde trabajaba y diversos folletos de propaganda que suelo almacenar para finalmente no leer. Aparte de ese desordenado orden que se suele implantar sobre los escritorios carentes de secretaria, me suelo defender cuando alguien me visita y repara en mi particular “instalación” sin nombre.

Volviendo al tema, pasados los primeros tiempos dejé de filosofar sobre el calor del verano y el frío del invierno y admití que era bueno ser parte de las inquietudes de esta ciudad. Para ello debía dejar de tornar a los pasos dados, que dados están, y reencontrar los papeles guardados en cajas de zapatos. Allí holgaban entreverados los ya enviados a unos pocos certámenes literarios y los nuevos, esos intuidos por la sal, la arena y el sol mediterráneo. Entonces, por qué no contradecir el dicho, atrapar la mano tendida por Ars Creatio y participar aquí en Torrevieja.

Con independencia de la valoración hecha a mi trabajo por el jurado del concurso, desde ese momento la ciudad dejó de limitarse, en verano, a esa muchedumbre chocándose entre sí por el paseo, ampliando los decibelios y destellando sus disfraces de turistas, o a la de lánguidos inviernos de sosiego (que los prefiero), lagarteantes de abstracciones. En fin, los otros menesteres propios de la subsistencia también se hicieron traslúcidos y, por consecuencia, la conversación más fluida.

Todo era más fluido y sin quererlo tornaba a cargar las maletas, de por sí pesadas, y a vaciar un poco las cajas de zapatos a las que, menos de un lustro atrás, unos locos de las letras les quitaron las tapas. A partir de ese momento, el cuestarriba quimérico es menos pronunciado.