Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 72 - Otoño 2023
Asociación Cultural Ars Creatio - Torrevieja

 
Reflexiones en torno al arte de la siesta María Ángeles Boix Ballester

Filósofa

El don de la siesta es un pequeño ensayo publicado en Cuadernos Anagrama por Miguel Ángel Hernández (Murcia, 1977) en 2020, un tiempo en el que todavía estábamos sumergidos en la experiencia de la pandemia de COVID-19. No es un libro sobre la pandemia, aunque sí alude a las reflexiones que entonces hizo acerca del tiempo, el cuerpo y la casa al hilo de una buena costumbre que practica y difunde por sus redes sociales y en las múltiples entrevistas que ha realizado en todos los medios de información de nuestro país desde 2018: dormir la siesta. Según el autor, durante la pandemia se produjo una experiencia nueva, la del encierro forzoso que nos llevó a vivir una vida en cierto modo interrumpida, una vida en la que los cuerpos no se tocaban, e incluso nos producían miedo y rechazo; un tiempo en el que «(...) Había que estar activo constantemente. Comunicar. Crear. Producir. Mover el sistema hacia adelante» (p. 13). Frente a esta exigencia se erige la siesta como una elipsis, un tiempo interrumpido que nos pertenece a nosotros mismos, un acto de resistencia frente al mundo acelerado e hiperproductivo en el que estamos instalados. El formato de ensayo y el tema del sueño permiten encuadrarlo dentro de la tarea de la filosofía, y con esta justificación examinaremos la obra.

El pintor griego Eufronio representó con gran maestría en una crátera de figuras rojas, hacia el 515 a. C., una escena en la que los gemelos alados Hipnos y Tánatos, hijos de Nicte (la Noche), retiran, ante la mirada de Hermes, el cuerpo sin vida de Sarpedón, hijo de Zeus y Europa, del campo de batalla de Troya. Los gemelos realizan la tarea en conjunto, y su finalidad es sacar del mundo de los vivos un cuerpo inanimado, dando a entender que el sueño y la muerte son una interrupción del tiempo y la actividad, con la diferencia de la duración de cada uno de ellos. Esta identificación se hace patente en dos obras literarias sobresalientes: el monólogo de Hamlet en la tragedia homónima de Shakespeare: «morir, dormir... tal vez soñar», y en el soneto de Quevedo «Amor constante más allá de la muerte», si nos quedamos en el primer cuarteto, no sabemos si se refiere al sueño o a la muerte:

Cerrar podrá mis ojos la postrera

sombra que me llevare el blanco día,

y podrá desatar esta alma mía

hora a su afán ansioso lisonjera;

Sueño y arte se imbrican, tanto en temas como en inspiración o interpretación. Pero no menos fructífera es la relación entre el sueño, el pensamiento y la filosofía, como muestra el recurso a las borrosas fronteras entre el sueño y la vigilia que le sirven a Descartes para dudar gradualmente de la realidad y el entendimiento y llegar así a enunciar su primera verdad: «Pienso, luego existo».Tampoco podemos obviar el programa de los románticos alemanes, especialmente Schelling, quien en su Naturphilosophie expone su tesis organicista: el ser humano y la naturaleza son un organismo total, en cuyos misterios se puede adentrar el hombre a través del sueño.

Miguel Ángel recoge en su obra la tesis que Hannah Arendt desarrolla en La vida del espíritu: frente a la acción y el trabajo que transcurren en la zona pública, el lugar iluminado, la franja del día, el bullicio y el espacio social, el pensamiento es una actividad absolutamente personal que se da en la esfera privada y que requiere del silencio y la sombra; es un acto íntimo, que proporciona un alejamiento necesario de la actividad para poder reflexionar sobre ella. Estas afirmaciones coinciden con la alegoría que establece Hegel entre la metafísica y el vuelo de la lechuza: si antes no hemos explorado la materia, lo físico, no podemos adentrarnos en las sombras de lo metafísico, al igual que la lechuza no echa a volar durante el día, sino en el crepúsculo, el momento en el que empiezan a dominar las sombras.


El filósofo contemporáneo Byung Chul Han hace un interesante análisis de la sociedad actual, la que él denomina la «sociedad del cansancio», pero también la de la transparencia y la sobreexposición a la luz cruda de las redes sociales y el consumismo desmesurado, una sociedad pornográfica en la que el erotismo ha desaparecido. Los términos de pornografía y erotismo no son usados sólo en un sentido sexual, sino social: la sociedad pornográfica es aquella en la que las personas y los productos son todos iguales, intercambiables, aquellos que no permiten traspasar su superficie lisa y brillante, como la de las imágenes que subimos constantemente a las redes sociales. No individualizamos ninguna de ellas, no hacemos distinción entre una u otra, tal como argumenta en La expulsión de lo distinto y La agonía de Eros. Precisamente cuando nos enamoramos es cuando hemos sido capaces de traspasar la superficie y adentrarnos en los elementos que individualizan, y por tanto, sacan de la multiplicidad, la seriación y la uniformidad a una persona, actividad u objeto. Éste es el significado del erotismo tal como lo usa el autor: la capacidad de seguir encontrando algo distinto en la sociedad de producción en serie.

Al hilo de estas ideas podemos relacionar el sueño y la siesta con la actividad productiva del ser humano, la vivencia de la temporalidad y la regulación de las horas del día. Según Miguel Ángel Hernández, la regla establecida por san Benito para la vida monástica, ora et labora, supone la regulación del tiempo productivo dentro de una comunidad. En esta codificación entra la distinción entre sueño nocturno y vigilia, también se contempla una hora de recogimiento, la sexta, siguiendo el esquema romano, dedicada al descanso, la oración y la lectura individual. Desde la Revolución industrial y el establecimiento del sistema de trabajo capitalista, el sueño se ha convertido en un elemento que debe ser regulado: es necesario para que los productores regeneren sus fuerzas y seguir produciendo en una parte del día que no interfiera en su labor. Así comienza a valorarse la siesta como algo negativo, propio de gente perezosa y de pueblos débiles, como los orientales o los del Sur. Miguel Ángel Hernández pone como ejemplo de esta categorización de la siesta la novela La línea de sombra de Joseph Conrad, cuando se habla de chicos blancos que habían vivido en Oriente y habían quedado contaminados por esta «muy mala costumbre» de descansar tras el almuerzo.

La división del mundo en dos bloques, Norte y Sur, Oriente y Occidente, es la conversión en la época moderna de la diferencia que ya establecían los griegos entre ellos y los bárbaros. Max Weber llevó a cabo un interesante análisis en La ética protestante y el espíritu del capitalismo: la religión protestante entiende como señal de salvación el éxito económico, y de esta premisa deriva el precepto ético de trabajar duro para conseguirlo, mientras en la religión católica esta salvación está relacionada con las acciones hacia el prójimo, sin alusiones a la riqueza y al trabajo. La distribución geográfica de ambas religiones viene a coincidir grosso modo con el norte y el sur de Europa y América: los países del norte de ambos continentes son protestantes, industrializados y, desde su propia propaganda, adelantados, modernos y muy laboriosos; los del sur, católicos, atrasados, perezosos y con una escasa industrialización. Ya en el siglo XX Edward Said acuñó el término «orientalismo» para designar el constructo mental que el mundo occidental había creado para referirse de forma indiferenciada a todo el mundo no blanco y no occidental, y al que valoraban de forma negativa, con características que se oponen a las propias, y así tachaban de vagos, perezosos, sensuales y ladinos a sus habitantes. Esta imagen se construye desde el siglo XIX, cuando las exploraciones y asentamientos coloniales tienen que justificar su programa. De forma paradójica, el arte de esta época se muestra fascinado con ese mundo exótico, y curiosamente, son muchos los cuadros en los que se representan siestas, tanto de indígenas como de occidentales «hechizados» por esta nefasta costumbre.


Estas connotaciones negativas de la siesta se transforman en la segunda década del siglo XXI, cuando se ve el potencial de mercado que tiene la siesta tecnificada y convertida en un artículo de consumo ligado a la salud. Comienzan a aparecer libros y estudios universitarios que alaban los beneficios de esta pausa y la renovación de nuestras capacidades creativas; aparecen hoteles y cafés donde se practica el saludable hábito de la siesta. La siesta como mercancía, nos advierte Miguel Ángel, el tiempo de descanso íntimo convertido en un precepto de vida saludable y un gran negocio: se alarga la productividad de los trabajadores, se venden productos para un sueño de calidad, y mientras dormimos, nuestros relojes inteligentes recaban datos de nuestra biología.

Frente a ello el autor propone practicar la siesta como un acto de resistencia, siestas que nos convierten en dueños de nuestro tiempo y su compartimentación, siestas por el puro placer de estar con nosotros mismos sin más finalidad que gozar de nuestra corporeidad.

La siesta como regalo. Gasto improductivo, generoso, desprendido. Tiempo desechado para el sistema, pero recobrado para uno mismo. Intervalo, interrupción, excedente puro. Tiempo regalado más allá de la lógica de la utilidad. (119).

Para concluir, me hago eco de una curiosidad apuntada en el libro. Entre los grandes personajes de la Historia que practicaban el noble arte de la siesta, hay muy pocas mujeres: Margaret Thatcher o Ana María Matute. ¿Acaso la siesta es una actividad masculina? Si miramos no muy atrás en el tiempo descubriremos que, tradicionalmente, las mujeres recogían el comedor y la cocina mientras los hombres se habían retirado de la escena, y hasta que no estaba todo en su sitio, ellas no se sentaban. Poco tiempo quedaba para la siesta en el mundo femenino.