Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 72 - Otoño 2023
Asociación Cultural Ars Creatio - Torrevieja

 
Al otro lado de la valla María Carmen Juárez Ramos

Doctora en psicopedagogía

 

Me dice «adiós, abu», me da un beso, y lo veo alejarse con ese andar lleno de gracia que la naturaleza otorga a los niños, con su mochila bien sujeta a la espalda y el aire seguro de quien conoce bien el terreno que pisa.

Se gira, y me hace un gesto de despedida con la mano. Veo su cara iluminada por la alegría y me parece tan pequeño, tan indefenso, tan dulce, tan necesitado de protección... Un océano de cariño me atrapa, y pienso que si bien es cierto que el amor de una madre hacia sus hijos es infinito, el amor de una abuela hacia sus nietos no le va a la zaga.

Me quedo observándolo apoyada en la valla de entrada al colegio.

Se une a la fila que otros niños ya están formando, dando brincos y abrazando a los compañeros que están junto a él.

Sus compañeros hacen otro tanto, y en un instante todo se convierte en bullicio, algarabía y risas.

No es fácil encontrar espectáculos tan llenos de inocencia y de vida.

Me falta un personaje para completar un cuadro que me es muy conocido, y enseguida aparece: la maestra.

Se trata de una mujer de mediana edad vestida con un baby de rayas de colores lleno de bolsillos de arcoíris.

Los niños gritan, rompen la fila, se le acercan, se cogen a su cintura, a sus piernas..., y ella, sonriendo, les toca las cabecitas, los abraza, y trata de volver a formar la fila con suavidad y dulzura.

Está claro que a estos niños su maestra les inspira confianza y seguridad, y que ha sabido ganarse su afecto.

Reflexiono sobre lo afortunada que es la maestra. Tiene la suerte de tener uno de los trabajos más maravillosos que existen, y ejercerlo sobre una de las etapas más compensadoras del mundo educativo.

Es cierto que existe un currículo que por normativa se ha de impartir, y que ese currículo es de obligado cumplimiento, pero ¡dispone de tanta libertad para llevarlo a cabo! De pocos trabajos se puede decir lo mismo.

¿Puede haber algo más grande que ser la guía, la moldeadora de esas mentes que son pura plastilina y en las que puedes dejar tu impronta?

La responsabilidad es tan elevada que ha de convivir necesariamente con cotas muy altas de profesionalidad y valores personales.

Vuelvo a mi puesto de la valla, poso mis manos sobre ese símbolo de separación entre dos épocas de mi historia y un sentimiento de empatía profunda, unido a un cosquilleo de emoción, me invade, y mi pensamiento retrocede a bastantes años atrás cuando yo ejercía de maestra, y me encontraba en la misma situación que ahora observo. Y entonces siento una nostalgia infinita por mis alumnos, por los patios de los colegios, por la vida en los centros, y me vienen a la mente hechos concretos, datos precisos, nombres determinados, situaciones vividas que percibo inexplicablemente en tres dimensiones, con tal viso de realidad que ya no me parecen imaginadas, y que por tanto puedo ver, tocar y oler. Y me emociono, y ansío la libertad para enseñar, porque para mí la enseñanza ha ido estrechamente ligada al universo de libertad que siempre me acompañó en el tiempo en que ejercí la docencia.

Y por eso quiero saltar la valla, quiero ocupar el lugar de la maestra, quiero estar al otro lado, ser la guía de esos niños, quererlos, que me quieran, educarlos en libertad, pasar mucho tiempo con ellos. Ser, en definitiva: su maestra.

Y, sobre todo, quiero seguir pensado que la enseñanza, dentro de sus necesarios límites, es sinónimo de libertad, porque, tal y como escribió Cervantes: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos».