Las madres no son nuestras esclavas, me van a salir llagas en la boca de decirlo. Las voy a defender mientras viva.
Lo he recitado muchas veces, pero ahora lo paso por escrito porque hay quien me lo pide para imprimir. Aquí lo tienen. No olviden que las madres tienen su propia vida y sus propios sueños.
Magdalena S. Blesa
La madre
A veces llego a mi casa,
con la prisa que requiere
hoy en día la sociedad,
y ni siquiera saludo.
Entro rápida al salón
y doy un grito a mi madre.
—¡Mamá, tengo mucha prisa!
¿Se me ha secado la falda,
me has planchado la camisa?
Venga, ponme la comida,
que me tengo que ir corriendo.
Y ella, como un soldadito,
va mis órdenes cumpliendo.
—¿Dónde están mis botas negras?
¿Dónde has puesto mis pendientes?
¿Por qué me escondes las cosas?
¿Y mi cepillo de dientes?
Tráeme las llaves del coche,
cómprame un tinte del pelo,
y luego, si tienes tiempo,
bajas la luna del cielo.
Y ella, como un soldadito,
va restando de sus horas
el tiempo que necesito.
De todas formas, mi madre
ya tiene hecha su vida.
Ahora debe dedicarse
a hacerme a mí la comida,
a tener la casa limpia,
a ir los martes al mercado...
En fin, esas tonterías,
que a mí me han enamorado.
En fin, esas tonterías
que hacen que mi vida fluya,
mientras yo, como un sargento,
voy malgastando la suya.
Yo metiéndome al bolsillo
su rodal de luna llena,
y con sus rayos de sol
poniéndome yo morena,
mientras ella, con la luz
de una lámpara fundida,
va consumiendo su vida
dando betún a mis botas,
ordenando mis cajones,
cosiéndome calcetines,
planchándome pantalones,
regalándome latidos,
remendándome tristezas...
¿En dónde me acabo yo
y tú, mamá, dónde empiezas?
Quiero que empieces aquí,
donde acaba mi poesía.
Debí haberla escrito antes,
¿verdad que sí, madre mía?
Pero aún nos queda tiempo,
venga, cierra el costurero.
Ponte guapa, que nos vamos,
hoy empezamos de cero.
¡Desenchufa ya esa plancha!
¡Deja la ropa en el balde!
Yo lo haré cuando volvamos,
vamos, mamá, se hace tarde.
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