En Madrid, a 29 de abril de 1942.
Querida madre:
Hoy es el día más triste de mi vida, y creo que lo será hasta que me muera.
Esta mañana temprano ha venido a buscarme el coche oficial. Me han dado la orden de que debía presentarme en la prisión a eso de las once. He cogido la moto y a las diez estaba allí para prepararlo todo.
Mientras disponía las cosas, he pensado: «uno más». Es mi trabajo, me guste o no. Pero cuando he salido al patio, encapuchado, y me he acercado al cadalso para ejecutar, mi corazón se ha parado. Mi corazón ha muerto en ese momento.
Mi amigo Antonio estaba sentado en la silla, madre. Creí que no lo soportaría.
Me ha mirado con ojos de miedo, con ojos de asco y rabia, con tristeza, y me ha dicho: «Por favor, no les hagas esto a mis hijos».
No me ha reconocido con esa maldita capucha. Me he acercado al capitán y le he dicho que no podía hacerlo, que por motivos personales me negaba a agarrotarlo. Me ha contestado que, si no lo hacía, tendría consecuencias graves. Pero yo me he negado.
Madre, han levantado a Antonio de la silla y lo han puesto en la pared, han formado un pelotón y cargado los mosquetes. Cuando han dado la orden, me he quitado la capucha. Antonio me ha mirado, ha sonreído, y le han disparado. Es el día más triste de mi vida, y todo por las malditas ideas.
Hazme un favor. Visita a su mujer y sus hijos. Diles que murió pensando en ellos. Yo no sé cuánto tiempo estaré encerrado y soportando todas las torturas que me hacen... Pero, siendo sincero, madre, no me duelen. Mi corazón se fue con Antonio.
Tu hijo Sebastián, que te quiere mucho.
Dedicado a todos, sin distinción. Dedicado a todos los hermanos que jamás debieron luchar.
|