Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 59 - Verano 2020
Asociación Cultural Ars Creatio - Torrevieja

 
La mirada del viento Manuel Pérez Garcí­a

 

Tenía una mirada lánguida, tú dirás que es la misma mirada de todos los viejos. Colmada de nostalgia por épocas que pudieron ser parte del firmamento y se quedaron en la intención. Llegabas, cuando menos lo esperaba, siempre al anochecer, erguida, maquillada, luciendo tus pulcros vestidos confeccionados cuando eras más delgada y principiaban, tal vez, los cincuenta. Saludabas, ofrecías una sonrisa a cada uno de los presentes e invariablemente pedías un trozo de tarta de manzana con café con leche y cafeína.

Al principio pocas veces hablabas conmigo y parecía sorprenderte verme siempre ocupar, por derecho de antigüedad, la única mesa junto a la ventana. Llegaba, desplegaba todo el bagaje de papeles, solían ir conmigo dentro del portafolio, alrededor de la copa de coñac, y ponía todo mi empeño en soñar. ¿Qué será del poeta incapaz de soñar?, aclaraste la primera vez y reparé en tu mirada. Al principio te respondía con monosílabos pero, poco a poco, fui articulando alguna palabra más y reparando además en las manchas distribuidas con armonía en tus manos nada arrugadas, en extremo finas para la edad que decías encubrir.

La realidad es un sueño y despertar de él puede dar tanto placer como a veces alivio.

Hace años que me siento todas las tardes a esta mesa, tomo mi coñac y espero a que con las sombras se acerque el viento y despierte. Es el único momento del día en que puedo ser yo mismo. Viajo con mis palabras desde que despierto. Cuando emergen las oculto en este portafolio para que acompañen el silencio y no huyan.

Aquí se liberan en letras, lo veo, se agitan, lo revuelven todo. Son niños inquietos que sólo quieren jugar, correr, esconderse y confundir sus argucias en el papel. Allí vuelven y preguntan si valió la pena pero ya es de noche y no quiero pedir otra copa, sino regresar a mi habitación y volver a cazar mariposas.

Te expresas con palabras. Lo dices todo con la mirada. Sí, es triste porque quiero que lo sea. Es el castigo por no aceptar ser vieja y, créeme, me gusta la palabra, me gusta ahora que lo soy y recuerdo andar entre ramas destrozando pétalos. En medio de los árboles, como tus papeles en el portafolio, andando de bosque en bosque, de marea en marea. La tarta de manzana suaviza mi carácter, puedo ser dulce y conversar contigo cuando convergemos en mesas paralelas.

Llueve, siempre que estamos juntos llueve, o por lo menos las nubes visten traje gris. No muevo los párpados entre colores, y menos fantaseo con bardos pese a ocupar muchos versos. Soy parte sustancial de rimas y sentencias. Encerraste un ojo mío en ese portafolio. No te diste cuenta porque siempre estás ocupado en agitar palabras, negaste el sueño y la realidad para asumir la verdad y la mentira a la vez, lo real y lo irreal como objeto de tu búsqueda. Eres importante sentado en tu mesa exclusiva, presumes cuando te saludan con una reverencia o pagan tu copa de coñac, nada más.

Luego la habitación fría, vas a decir. Que me espera la memoria acumulada en anaqueles que se fueron extendiendo a medida que pasaba el tiempo. Caían los sueños, se acrecentaba la realidad y el viento no llegaba. Y la habitación es mía. Has venido a buscarme o a enseñarme a ver los árboles derribados en el bosque o tal vez a explicarme lo que quedó enterrado bajo el mar. Eres vieja y nada moderna pero debo admitir que has tenido buen gusto al elegir tus trajes. No sé siquiera por qué hablo contigo.

A ti, poeta, no te ha interesado volar. Pude soplar tus alas y no mostrarme de a poco como lo hago entre tu coñac y mi cafeína. Hablas conmigo, no porque te haya buscado, sino porque estas mesas son paralelas. Es de noche y llueve. Es necesaria la lluvia. La oscuridad de la calle se apropia del reflejo de las farolas y este bar no tiene mesas con mármol, ni parpadea el luminoso con el nombre, es más, no queda ningún parroquiano, ni el dueño. Sólo tu portafolio, mi mirada lánguida y el trayecto que seguiremos de aquí en adelante. El viento da señales, agita las hojas, arremolina los papeles, pero pocos, muy pocos, alcanzarán a ver su mirada.