Es difícil explicar si fue un espejismo o sólo un atisbo de inclemente realidad. No todo se debe limitar a despertar un día más. Abrir los ojos puede traer consigo tantas fechas en las que añorar el sueño es el mejor de los bálsamos y más, precisamente ahora, que asumo la certeza de que en este amanecer, omitida la fatiga, sólo reúne la necesidad de regresar al sosiego.
La sombra de su perfil de lado se aloja en la pared como la muestra más idónea de una curva perfecta capaz de elevarse en una progresión geométrica de puntos alineados con provocativa precisión. De esta forma no cabe a mi humanidad otra cosa más que volver la mirada a la ventana y rendir pleitesía a los ligeros y nada cálidos rayos de sol que, sin permiso, se cuelan en la habitación.
No es el paisaje habitual de mis mañanas, por lo general pobladas de lagañas e incesante parpadeo. Es el momento en que mis piernas, con paso lánguido, marchan por el largo pasillo que conduce al lavabo, encuentran dos prótesis dentales incapaces de ahogarse en un vaso de agua y evocan, entre formas de plástico, la ducha tras la que acecha la expectativa del café negro sin azúcar.
Sí, es cierto, esta mañana el síndrome de rutina no está activado junto a la cafetera sin fuego; y los ojos ausentes de parpadeo son incapaces de dispersarse en la obscura loma oscilante entre la cal, inducida por esa mujer que, sin dudar, anoche pernoctó en el lado derecho de la cama.
Asumo la torpeza al iniciar la circunvolución de los muebles. Sin el batín a cuadros, caído junto a la butaca, el frío amenaza sitiar mis pobres huesos. Así, apoyando las manos en la madera cubierta de viejo barniz, acerco la incógnita a un retrato de rubio cabello y rítmico respirar.
La efigie por veinte años no estuvo en la pared, no fue objeto de memoria. Ella despertaba antes que yo. Revivo su reflejo dejando la cama en silencio para, poco después, oír mi nombre con el aroma de un café no tan cargado. No permaneció horizontal como ahora que viaja por el laberinto de un túnel de retina y subyace dentro de una tabla periódica con menos elementos. El corazón palpita cercano al límite. Soy consciente de que algo trascendente va a suceder y rubrico llegar al final que aguarda toda la vida.
No puedo imaginar que ella esté allí, en su lado habitual, como parte de la simple secuencia del tiempo. Hoy regresó mas no se levanta y, por primera vez, faltará café. Por momentos puedo adivinar el terciopelo de esa piel amada. Apenas alcanzan los dedos de esta mano que escribe para rozar la pared, rehúso su tacto y descamino toda esperanza de atinar a esos labios que continúan dulces y quietos, a esos besos elevados a lo más alto de nuestro nirvana.
Fue raro asimilar tanto tiempo de ausencia pese a la promesa de que acudirías en mi búsqueda. Fue penar en el purgatorio de las sábanas anchas. La fusión del sudor con el olor a lavanda entre gemidos y las uñas pintadas de rojo, intuyendo la carne, rasgando la espalda.
Años de espera. Avistar cómo sería este momento de articulaciones dolientes y carne crucificada a punto de iniciar su proceso de putrefacción. Nunca deseé el alivio mimetizado entre la pintura de la pared o en la perfección de tu sombra. Te quiero viva y sonriente con el pelo despeinado por el viento. Añoro la cocina con restos de comida y los platos por fregar. La botella de rojo vino, ausente de lo servido, en dos copas mediadas y el brindis; sí, el brindis por nuestra comunión. La armonía en el choque de cristales azorándose con la voz de Satchmo revelando un wonderful world.
Fue largo lo andado, pero no tanto como deseamos. El sendero nos obsequió con el rumor del agua entre los pétalos de tus flores favoritas. La piel negada a perder el terso empaque con la derrota del sol.
El mundo deja de ser maravilloso cuando decide expropiar la razón de vivir. Evidente, hay tantas razones de vida como seres en el reino animal, y nosotros pretendimos ser la excepción. Así, por primera vez disentimos: tú que te vas, yo que no puedo permitirlo. Poner fin a la dicha sólo fue tortura, pese a que todo transcurrió rápido y sin billete de retorno.
El telón baja con el anochecer de este día gris. No podía ser de otra forma. Tras la ventana el follaje se desprende de los árboles agitados por el viento mientras su espectro se desliza zigzagueante en la habitación.
—Lo prometo, llegaré antes de que tú te vayas. Seré la Beatriz que guíe tus pasos e interceda para que cruces la frontera que nos separa del amor eterno. La frontera más poblada de guardias y para la que no existe pasaporte.
La escena se reduce a una cama deshecha, una sombra y un anciano con evidentes signos de fatiga. Sólo se oye su jadeo al tiempo que el perfil de la pared se incorpora, cambia de forma hasta fusionarse con la desesperanza de este cuerpo caído junto a la cama.
Ya apenas atino a cubrir la mueca instalada en mi cara. Cuesta distinguir lo borroso y dejo que te acerques. Todo está fuera de control, se tiñe de negro, los objetos giran e intento aferrarme a las últimas gotas de oxígeno que se atascan en el camino de mis pulmones. Tu perfil está tan frío como la intemperie y tengo miedo a seguir tus pasos dueños de esa fuerza fatal que me arrastra desde la agonía a esa incandescente luz capaz de asfixiar el invierno exterior.
La púa regresa con insistencia al mismo surco y las escenas se repiten una tras otra. Nos alejamos con las manos entrelazadas. Yo, mirándolo todo con curiosidad. Tú, con la seguridad propia de quien ya conoce camino. Asombrado por reencontrar tantas caras desaparecidas de mi razón, me aferro a tu estela como preludio del infinito que llega.
I see skies of blue and clouds of white.
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