Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 54 - Primavera 2019
Asociación Cultural Ars Creatio - Torrevieja

 
A cuatro columnas Manuel Pérez Garcí­a

 

Llegarás a la playa por otra orilla, por otro puerto,

pero no por aquí: necesitarás una barca más ligera.

Dante Alighieri

 

Tras ascender no sin dificultad la corta pero empinada cuesta flanqueada de arbustos, alcancé el ahora mohoso banco de piedra de mi niñez. El llegar aquí no es algo que pueda considerar como un reto a mi condición física, más bien asumo que es un intento más de prescindir de este trozo de papel volador; el mismo que tantos años atrás, incontrolado en la brisa, se posó en las aguas de este lago durmiente en lo profundo del añoso bosque mientras los árboles, intactos, no dejan de extraviarse entre la abundante hojarasca. Eran y son el límite al diminuto conglomerado de prefabricadas casas estivales urdiendo la autocontemplación de su metódica desnudez.

Por casualidad y con pantalones cortos, un mediodía llegué a este paraje. No puedo decir que me enamoré de él. Ya había conocido con su semejanza muchas otras vistas a lo largo de la costa, mas sí, debo admitir que la revelación recogida aquí no se ha repetido en otro lugar. La única con una borrosa página de periódico planeando cada amanecer, depositándose en las aguas y remontándose al oscurecer con el son de una suave y viajera brisa.

El banco de piedra continúa en lo alto. Cimentado por la nostalgia del musgo, recuerda tiempos mejores. Es parte de la acuarela que recibe mi fatiga y se alimenta con el sosiego de volver a soñar.

 —Desde la Prehistoria tiene que ser parte del paisaje —dije la primera vez sin dejar de mirar la piedra.

De inmediato asocié aquel pensamiento a la posible huella de los vagabundos que habrían allí descansado y asomado indiferentes sus ojos al merodear de un trozo de hosca marea, maltratada lo suficiente como para ahuyentar a cualquier intrépido nadador que probara desafiarla.

Sí, aquí conversó con el viento un niño desertor de su familia reunida alrededor del impecable mantel a cuadros extendido sobre el escaso prado. Para algunos fue apenas un descuido; para mí, la gran aventura de pequeño pícaro malacostumbrado a que todo se le corrigiera y explicara.

Ahí estaba. El papel proyectado sobre el agua se hizo cuerpo cuando llevé las manos a ambos lados de la boca y grité. Grito con todas mis fuerzas:

—¡Hola, brisa! ¡Hola, papel! ¿Me oyen?

La respuesta primero la situé en el eco, pero más tarde la percibí modulada por el agua y acoplada al periódico.

—Es nuestro milagro. Primero mezclo las letras, formo palabras y la brisa del lago lleva las respuestas al mar —repetía.

Fascinado, volví a gritar:

—Será mi secreto. Lo resucitaré cada mañana y quedará guardado en los ojos de cada día.

—Nuestro secreto —me corrigió.

—Sabes que sólo en vacaciones podré estar aquí, pero prometo hacer la lista de vivencias más grande que puedas imaginar. —Fue la propuesta de ese primer día ya alerta a retornar al mantel a cuadros agitado por las manos de mi madre y alterado por mi ausencia.

Cuentan los árboles que el lago vara cada mañana esa hoja de periódico y que sólo las ramas están preparadas para interpretar su escritura y conocer el acontecer. Así hoy siento el asombro de tener la página en mis manos. El miedo hace dudar. Desvarío, busco, protesto, pero al final acepto que debe ser así, persuadido de que todos los que llegan hasta este lugar pueden también tenerla y alguno dar a conocer el titular a cuatro columnas que se repitió día tras día y año tras año. La foto, borrosa, indica que la principal noticia se refiere a un hecho no muy alejado en el tiempo. Marcha de conquistadores, el fuerte apache o los soldaditos de plomo atrincherados en algún trastero.

Salí del gris cada verano y ahí permanecí aun cuando el mantel a cuadros, deshilachado, dejó de formar parte de nuestra vida. Siempre estuve solo. Nunca vi niño o adulto en el bosque intentando rescatar las letras de los árboles o flotando entre latas de refresco y botellas de plástico.

Así regreso después de tantos años, de haber vivido más de lo que imaginé y menos de lo que esperaba. Ante mí se entrecruzan otros papeles, calles de diferentes ciudades, plazas dedicadas a próceres venerados, arenas, campos y mares, también sentimientos, reflexiones y toma de decisiones acertadas y erradas, toda esa mezcla que el tiempo va almacenando y a la que recurrimos a veces para justificar actitudes. Con benevolencia la llamamos experiencia, pese a no ser más que un cúmulo de hechos que justifican el paso por la creación.

La vida no ha sido benévola conmigo, pero tampoco puedo afirmar que el castigo lo fue con exceso. Formé parte de los muchos que transitaron sin pena ni gloria pese a considerar ser merecedor de lo contrario. Más gloria. Es una pena que ese mero deseo priorice el afán de disfrutar el cotidiano pábulo o encontrar respuesta a las incesantes preguntas que censuran la contradicción. Alrededor de ellas planean circunstancias incapaces de acentuar una singularidad, esas actrices del altercado afrontando entornos hostiles la mayor de las veces. Dicho así puede sonar hasta bonito, pero el tránsito, en incontables ocasiones, conduce la escena de un suplicio y en otras mitiga pensar que es posible pasar la vida vendiendo humo.

Al regreso creo que la hoja del periódico siempre estuvo allí, con el mismo titular, tanto en la infancia como en el viaje a este instante que asumo como de despedida. Deseo llegar al momento de dilapidar la mirada en ese horizonte tan lejano y por el que, aun sentenciado, guardo la utopía.

Ante este pensamiento sólo puedo esbozar una sonrisa y permitir censurarme a mí mismo. Me viene el retrato de un viejo manzano que me fue presentado cuando ya los dos éramos viejos. Estaba solo en el jardín. Pese a ello nunca dejó de brillar su fruta cada verano cuando, en la intimidad de su escasa pero eficaz sombra, acercaba un libro al interés de algo nuevo y más tarde, con la nieve vistiéndolo con su manto blanco, me fascinó su sosegada espera. Lejos del doble cristal de una ventana o el crepitar de la leña ardiendo que me protegía. Sentí vergüenza porque mis dedos no contaban manzanas; mas él siempre tuvo claro el quehacer de sus brazos y ni siquiera la hostilidad del clima mermó su disposición.

Ambicioné ser manzano y no lo fui, quise ser su tronco y apenas pude apoyarme en él y acceder al significado de ser; aceptar y plasmar. ¿Por qué la realidad es lo suficientemente cruel para devolver con una palabra (o varias paladas) todo lo existido y reflexionado?

Llevo buen rato en el banco. Quiero ser, pero no era tan siquiera el niño de los sueños. Debo ser sincero conmigo mismo.

—Qué tontería estar aquí esperando algo que sólo fue una fantasía de niño y deseé olvidar al dejar de serlo.

—Desvarías —recitaron las ramas—. Tú no has crecido. El mundo obsequia muchos paisajes, demasiados tal vez, mas al final sigues siendo el mismo niño a la espera de un milagro. Cuando lo tenemos todo, nada nos queda para soñar en la noche. Llegarás a la playa por otra orilla, por otro puerto, pero no por este lago olvidado. Escribí todos tus días y los guardé en un sobre, y sabes que no está en la página de un periódico y también intuyes lo que es. El titular es legible, ¿verdad que sí?